La historia de creación del carpaccio es una de esas que merece la pena ser contada. La tradición gastronómica cuenta, y es un relato tan bonito que tendría que ser verdad, que nació en Venecia. Allí residía a finales del siglo XX la condesa Amalia Nani Mocenigo, que llegó alarmada al restaurante de un amigo suyo porque el médico le había aconsejado que comiera carne cruda y no sabía cómo poder hacerlo de una forma que fuera satisfactoria para los sentidos.
El emprendedor veneciano Giuseppe Cipriani se puso manos a la obra en su afamado Harry’s Bar, en una de las pequeñas calles que rodean la plaza de San Marco. Con unas láminas finas de ternera, aceite de oliva, limón y decorado con virutas de queso italiano, inventó una de las recetas más prolíficas en restaurantes del mundo y una de las preferidas por los grandes amantes de la carne. La historia se completa con la elección del nombre. La variedad cromática de este plato, en el que destacaban el rojo intenso de la carne y el amarillo del queso, hizo que Cipriani bautizara el nuevo plato con el nombre de Vittore Carpaccio, pintor veneciano de finales del siglo XV y comienzos del XVI.
Desde esta historia situada a mediados del siglo XX hasta ahora, el carpaccio ha dado el salto a cartas de restaurantes de todo tipo en el mundo, aunque manteniendo siempre una fuerte vinculación con la gastronomía italiana. Su éxito ha llevado a que la idea del carpaccio se haya extendido a otro tipo de productos, como es el caso de los pescados. Particularmente logrado es el carpaccio de bacalao. Incluso se suele hacer con vegetales. Sin embargo, el placer originario, ese que conecta directamente con el aspecto más carnívoro del ser humano, es el sabroso carpaccio de carne de vacuno.
(Fuente de la foto: Pxhere)