El helado es uno de los productos a los que se presta menor atención dentro del sector lácteo, quizás porque es un producto netamente de temporada veraniega y porque complica la logística de distribución al ser necesario mantener la congelación en todo momento, aunque tiene dos aspectos que le hacen muy interesante. Uno de ellos es que se obtiene un alto valor añadido con la producción de helados y la leche se revaloriza hasta términos insospechados en otros productos del ramo. La segunda cuestión muy interesante a analizar es que es el lácteo que encuentra un predicamento sin excepciones entre la población infantil, esa que cada vez consume menos productos tradicionales. Comer helado de calidad puede ser muy sano y les gusta a los niños. Nos da la sensación de que en este cruce de palabras se están perdiendo muchas oportunidades de promocionar el consumo de lácteos.
No son pocas las experiencias de ganaderos que deciden lanzarse a la transformación de su producción y, además de la apuesta por producir quesos y yogures de calidad, también se atreven con los helados. Hay apuestas ya consolidadas en el tiempo y que merecen todo un análisis más sosegado.
Lo de las heladerías también tiene su punto. Las más prestigiosas de cada ciudad viven auténticas peregrinaciones en los días en los que aumenta la temperatura. Las hay más refinadas, en las que el envoltorio es tan importante como el propio helado, o las que apuestan por el producto sin más. En Italia, las heladerías son núcleos de reunión social en los que tienen un producto de máxima calidad y cremoso.
Los buenos helados, con auténtica leche de vaca, son una apuesta segura en este tiempo de infierno.