Lo reconocemos. Uno de los integrantes de Living Las Vacas tiene un pequeño complejo que arrastra desde que era un medio paisano. En su niñez, cuando su madre le decía que iba a hacer leche frita, se imaginaba que su progenitora ponía una sartén en el fuego, ponía algo de aceite y a continuación vertía la leche directamente del brik. Y así, con alguna invocación mágica al más puro estilo Juan Tamariz, salían perfectamente los bloques de leche frita. Y este joven infante no dejaba de dar vueltas y vueltas a la cabeza para intentar comprender cómo es posible que la leche líquida se vierta en una sartén y adquiera esa cremosidad. Cosas de madres, pensaba él.
Pues sí, son cosas de madres. No con magia, pero sí hechas con mucha intención y con unas materias primas que son muy asequibles para todos los bolsillos. Esa cocina de verdad, esos postres auténticos, que en ocasiones son denostados por los modernos para dar paso a florituras y platos que necesitan explicación para comerse. No vamos a ser ahora los de Living Las Vacas los más carcas del sector, porque los avances son buenos para todo en la vida, pero también necesitamos reconfortarnos de vez en cuando con nuestras raíces, que en este caso son gastronómicas. Todo eso es para nosotros la leche frita.
Recetas hay muchas, cada una tiene su toque. Nosotros vamos a apostar una en la que, además de leche, también hay mantequilla, por aquello de hacer patria. Además, es necesario azúcar, harina, almidón de maíz, yemas de huevo, cáscara de un limón, canela, aceite de oliva, vainilla… Ahí ya puede haber añadidos de todo tipo. Eso sí, siempre con la leche como protagonista. Y la magia no está en verter la leche directamente en la sartén, sino un sabor que recuerda a autenticidad.
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