La geografía española está salpicada de grandes ejemplos de lo que ha representado el sector vacuno de forma tradicional en las economías y en las formas de vida del mundo rural. Cantabria es un buen ejemplo de todo ello. No se podría entender su historia sin la influencia decisiva que ha tenido la producción de leche en su economía, lo que ha derivado en productos irrepetibles como el sobao pasiego elaborado a partir de la mantequilla, o la calidad de su carne de ternera. Cantabria también es una oportunidad espléndida para una escapada en la que el paisaje y la naturaleza sean los motores del viaje. Como ocurre en el resto de comunidades vecinas de la Cornisa Cantábrica, siempre es mejor hacer el viaje sin prisa, por carreteras secundarias y visitando alguno de los valles escondidos y alejados de las grandes vías de comunicación.
Una de esas rutas es la del valle del Saja, que surca esta comunidad autónoma de norte a sur. Comenzando el viaje en Mazcuerras, una localidad próxima a Cabezón de la Sal, la carretera remonta el río pasando por localidades con mucho encanto como Ruente, Barcenillas o Renedo. En cada esquina de los pueblos que se visitan, si uno afina la vista, puede encontrar buenos ejemplos del sector vacuno, sobre todo de una raza Tudanca que está completamente integrada en el medio.
El paso de los kilómetros va haciendo más escarpado el camino, con un aumento de las curvas en las carreteras y más verde en los laterales. Es buen momento para dejar la ruta principal por unos kilómetros y visitar las localidades de Los Tojos y Bárcena Mayor, un pueblo mágico de piedra cuya máximo aval es la dificultad de acceso que ha tenido durante años, lo que ha conservado sus cualidades. Poco después, volviendo a la ruta principal, se llega al Centro de Interpretación del Parque Natural Saja-Besaya, en el que se apunta la relación especial que ha tenido la ganadería de vacuno con esta comarca cántabra.
Ahora sí, la carretera se vuelve estrecha, lenta, curvada… y cada vez más apasionante. No es extraño tener que espantar a las vacas y los caballos en la cima del puerto de Palombera, para comenzar un descenso que lleva hasta el nacimiento del río Ebro, el acceso a la estación de esquí de Alto Campoo y finalmente a la ciudad de Reinosa. Una escapada con el vacuno como constante.